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viernes, 7 de mayo de 2010

TERROR DE UN ATARDECER.


El lunes 3 de mayo momentos antes de ponerse el sol la ciudad de Panamá, cubierta por la bruma remanente del aguacero, se tiñó de resplandor difuso, rojo-naranja. Este fenómeno, común y natural, despertó presentimientos irracionales de tragedia por toda la ciudad. En mi prima Itzel también. Ya que esa tarde la niña que fue Itzel escapó de su olvidado pasado para tomar control de su fantasía y llevársela, a la Itzel adulta, a su mundo primordial. En medio de dicho viaje, mi prima Itzel llamó para compartir la conmoción del miedo. No la complací; jugué exorcismos. Y mi prima Itzel, inteligente y bella como siempre, regresó a tiempo de sus ritmos medievales, para disfrutar mi prosa y lo que de ella aun queda de ciencias y liturgias.

Seguidamente la versión final de una experiencia fabricada con palabras en correos intercambiados con motivo del evento:


Poema de los mil poetas.
A Itzel Velásquez.
Mi prima Itzel.

Hoy mucha gente vio atrapado en un intervalo de lluvia, antes que llegara la oscuridad, un cielo de rojo resplandor sobre la ciudad.

Entonces la noticia viajó por la red perseguida de premoniciones y terrores ancestrales…

A mi prima Itzel, imagen soñada de mil poetas, quise expulsarle un sueño infantil que no recuerda; con el rezo del verbo y de la ciencia…y así sentir el alivio de un sueño inconcluso en el fin del mundo y de los tiempos…


Hoy hablé contigo bajo un cielo rojo enigmático que cubrió la ciudad al atardecer. Me sentí contigo al fresco de siglos olvidados. Y aprendí incursionar en el tiempo. A presentir, bajo las esferas celestes de Tolomeo, la Gran Tortuga sobre la cual reposa plácidamente el plano terrestre.

Ahora sabes que cuando el sol está exáctamente sobre tu maravillosa cabeza, tan dorada como él, la luz viaja poco para llegar a ti y hacer jueguitos de contrastes luminosos entre las hebras de tu cabellera. Y además sabes que cuando el sol se acuesta o se levanta, la luz viaja distancias superiores antes de llegar a ti. Y gran parte de las ondas cortas, que dan los azules y los verdes, se pierden y se disipan porque no vencen el juego vertiginoso de los átomos. Pero las ondas largas no. Ellas tienen sus propias mañas para viajar distancias muy largas y evadir el revoloteo de átomos que encuentran en el camino que las llevan sin interrupción directamente a ti. Y estas ondas son las que dan los anaranjados y los carmines y son las que viajan solas y llegan rojas como son, porque las otras, las verde-azules, se separaron para buscar otros destinos. Pero el crepúsculo sol-rosado es más bello que nunca cuando la atmósfera está sobrecargada de partículas de polvo y de agua. Entonces la expresión seductora y alucinante que asume el cielo del amanecer y del atardecer inspira a los mil poetas ocultos en tus neuronas el presentimiento de algo importante y antiguo que está por suceder. Sientes la inminencia de lo inexplicable. Y de lo desconocido. En ese momento nacen los dioses y las hadas para vestir de gracias clamorosas los miedos ancestrales y las esperanzas trascendentes.

Itzel, o Itsol o Itrosa; tu nombre una vez más celebra el aleteo terminal de un ángel vencido… que agoniza y muere.

El fin del miedo es la caída de los dioses…

Flavio

Correo a Itzel Velásquez, mi prima, el lunes tres de mayo de 2010, cuando un cielo rojo se posó sobre la Ciudad de Panamá al atardecer.
Adriana, hija de Itzel.